viernes, 6 de agosto de 2010

Mis tesoros

Vienen ellas dos, pero es como si estuviese también con vosotras cuatro

Soy una persona afortunada porque tengo muchos tesoros. Mis tesoros son especiales. No son tesoros de cosas materiales. Son tesoros de personas.

Uno de estos tesoros lo componen seis mujeres. Las seis mujeres de mi vida. Hace seis meses y 24 días que no las veo y a veces sueño que paseo con ellas por Beijing. Dicen que algunos sueños se hacen realidad. Es cierto. Este sueño se va a cumplir.

Dos de ellas, la mayor y la menor, sobrevuelan ahora Europa. Destino: Beijing. Me las voy a comer a besos cuando las vea.

Mamá y María, que me traerán la esencia de mis otras cuatro lindas hermanas.

Con mamá sólo me apetece abrazarme, impregnarme de su olor y besarla y con María me apetece charlar, charlar, charlar y reírme y que me despierte a besos, como siempre. Ya queda poco, sólo unas horas.

¡Y no vienen solas!

Koke, amigo y cuñado -tengo ganas de ver su cara de pillo y de escuchar su risa-, y Maribel y Fernado, los padres de Koke, dos personas maravillosas, el cariño y la amabilidad personificadas, vienen junto a mis mujeres.

Voy a disfrutar de ellos 15 días. ¿No me digáis que no soy afortunada?

Primero estaremos en Beijing y desde aquí iremos a la tranquila Pingyao, una de las ciudades tradicionales chinas mejor conservadas, para luego partir a la frenética Shanghái, donde nos espera la Expo Universal.

¡¡¡Quiero que sean ya las 12.40 pekinesas!!!¡Qué nervios!Ya queda otro poquito menos.

Se marcharán el 20 de agosto, pero antes de que se vayan, ese mismo día llegará un fragmento de otro de mis tesoros.

Esto es lo que os define

Este tesoro también lo forman mujeres, siete. Las siete mejores confidentes. Siete magníficas. Magníficas. Mag.

Hace seis meses y 24 días también que no las veo. Tengo muchas ganas de ellas. Ahora sólo vendrá una, Jessi, pero con su dulzura, sonrisa y picoparlante me recargará de las demás.

Diez días con cudi. Diez días sin parar de contarnos cosas. Diez días como diez tardes de parque, banco y pipas. Lo que hagamos una vez que llegue, ya se verá.

Un agosto rodeada de tesoros. Vuelvo a repetir, ¿no me digáis que no soy afortunada?

Nos vemos en septiembre. ¡Que tengáis un feliz mes!

martes, 3 de agosto de 2010

Fugaz (I). Xo (Segunda parte)

Relajé la espalda contra el asiento y cerré los ojos. La brisa cálida de la noche entraba por la ventanilla. Me inundó. Comencé a repasar mentalmente el día, los dos días, y sonreí para mis adentros. También soñaba despierta en soñar dormida. Estaba cansada. Tahir en el asiento del copiloto y su amigo al mando del volante del taxi nos llevaban de vuelta al hotel.

Esa mañana llegamos a Turpan, nuestro siguiente destino, un lugar en el que a menudo se dice que “cuando en verano se tiende la ropa a secar, se secará antes de acabar de tenderla”.


Aridez, sequedad, desierto. Tierra, polvo y montañas oscuras, casi negras, dejaban paso a la carretera por la que en dos horas y media llegamos a Turpan desde Urumqi a ritmo de música uigur procedente del móvil de uno de nuestros compañeros de viaje en autobús.

A sus 23 años está casado hace uno y tiene un hijo, se parece a él. Dice que su esposa baila muy bien la danza del vientre. Es muy guapa. Él es de pelo negro, corto y lo tiene de punta sin necesidad de gomina. Tiene una amplia sonrisa y cada vez que la muestra, casi siempre, enseña una hilera de dientes de tono marfil perfectamente alineados. De estatura y complexión media, su amabilidad y empeño por hacer bien su trabajo conquista a los clientes. Los tres viven con los padres y los hermanos de él. Su trabajo: taxista, como su padre. Además, él hace las veces de guía con los extranjeros que aceptan sus servicios como conductor particular durante los días que pasen en la ciudad. Habla uigur, chino e inglés. Es uigur. Cada jueves acude al cementerio para venerar a sus difuntos. Los viernes a la mezquita. Este es Tahir y su vida. Nosotros para él, cuatro de los que espero que sean sus centenares de clientes. Él para mí, un persona de las que no se olvidan.

El termómetro rozaría los 30-35º. Eran las cuatro de la tarde. Primera parada: un cementerio musulmán junto a una carretera. Está incompleto. Lo que falta se lo llevó el Gobierno chino a otra parte de la ciudad para construir la vía de asfalto que se encuentra a sus pies. El suelo negro escupía fuego.





Tierra de vino, nos fuimos desde el cementerio a un par de viñedos con uvas aún diminutas y verdes. Hasta llegar, Turpan se mostraba ante nuestros ojos en estado puro. Casas bajas de barro, locales uigures sobre carretillas arrastradas por burros y vida callejera con sonido uigur.



El calor se apaciguó entre las parras, pero se avivó al adentrarnos en la que es considerada una de las ciudades construidas en tierra mejor conservadas del mundo. Un área de 220.000 m² a unos 10 kilómetros de Turpan componen las Ruinas de Jiaohe, una ciudad hecha de arena en la dinastía Han (siglo II a. C) que lucha contra la erosión. Casi dos siglos después se su construcción alcanzó su momento más importante como ciudad a lo largo de su historia, cuando se convirtió en la principal administración civil y militar de las regiones occidentales. Ahora, sólo el viento habita en aquella inmensidad paradójicamente acogedora.







Al caer la tarde regresamos al centro de Turpan y tras ver por fuera la mezquita más importante de la ciudad nos adentramos en el bazar.












El cansancio ya se acumulaba por minutos, pero debíamos reservar fuerzas para disfrutar de la guinda del día: una boda uigur.
Tahir nos propuso llevarnos a uno de los mejores restaurantes de comida uigur de Turpan, tal y como hace con todos su clientes, y nosotras no dudamos en decirle que sí.
Sucias y sudadas de todo el día, esperamos a Tahir en el punto donde habíamos quedado en encontrarnos tras nuestra expedición en el bazar. Él, que también había sudado mucho durante todo el día, apareció reluciente. Nosotras, un poco avergonzadas, nos metimos en el nuevo taxi en el que vino Tahir conducido por un amigo suyo y nos dijimos que de haberlo sabido, hubiésemos pasado por el hotel para darnos una ducha. Parecía que el lugar al que íbamos era especial.
Tanto lo era, que una boda uigur se celebró allí mientras cenábamos. Parecíamos tres invitados más. Los novios se hicieron esperar. Mientras, las mujeres a un lado y los hombres a otro conversaban y comían fruta.
Cuando aparecieron los novios, un grupo de baile comenzó a representar una tras otra canciones locales. Los bailarines vestían trajes de la etnia, al más puro estilo turco, y los cambiaban para cada tema.
Antes de dar paso al banquete, los novios salieron a la pista y tras finalizar el baile, los invitados comenzaron a rociarles con espuma y los hombres tomaron al novio y lo mantearon entre cinco y diez veces.
Mientras, nosotros saboreábamos el cordero y el 'naan', el pan típico de allí, junto a otros platos como arroz con verduras y pollo y berenjena asada. Delicioso.


Al salir del restaurante, montamos en el taxi del amigo de Tahir y regresamos al hotel.

El que fue ayer y el que fue hoy, días intensos, llenos de personas, cosas y conocimientos nuevos. Por eso me sonreía.

Y dispuesta a soñar dormida, cuando llegamos a la recepción nos encontramos con los que a partir de ese momento se convertirían en nuestros dos compañeros de viaje hasta el último destino. Me tocaba seguir soñando despierta en soñar dormida.