jueves, 15 de julio de 2010

¡Vivan los chinos!

Esta entrada debería continuar la anterior, pero la vida está llena de imprevistos que hay que afrontar, como el mío de esta tarde que no podía dejar de contar para dar a conocer una vez más la hospitalidad china en general y en particular la de los anónimos protagonistas de mi aventura de hoy.

20.45. Me quedo sin luz. La electricidad en nuestra casa funciona mediante prepago, por lo que cuando se termina el saldo, adiós a los vatios. El frigorífico estaba lleno de comida. Ya nos pasó una vez, también por la noche. No pudimos recargar hasta la mañana siguiente porque el casero nos dijo que el único modo de meter dinero en la tarjeta era yendo a un determinado banco. Ilumino la casa con decenas de velas. Llamo a mi jefa para decirle que si al día siguiente puedo entrar un poco más tarde porque tendré que ir a recargar la tarjeta al banco a primera hora. “Sin problema”. Preocupada por la comida, le pregunto que si los alimentos se pondrán malos a lo largo de la noche. Me dice que no si no abro continuamente o durante un largo tiempo el frigorífico. Con todo, me dice que llame a mi otro jefe porque él alguna vez ha recargado la luz en un McDonalds. ¿Un McDonalds? “Sí, sí, pregúntale”. Le llamo. Me indica en qué McDonalds recargó la tarjeta en una máquina destinada para ello. Perfecto. Está al lado de mi casa. Salgo como una flecha.

21.00. Llego al McDonalds. El personal está estresado porque tienen muchísimos clientes. Un partido de fútbol disputado en el Estadio de los Trabajadores tiene la culpa. Le pregunto a una chica que está preparando ocho helados a la vez si me puede recargar la tarjeta y me dicen que no puede porque no tienen las máquinas para ello. Me cabreo. Pienso que me ha dicho eso porque tiene mucho trabajo y no me quiere ayudar. Así que me dirijo a otro chico y me dice lo mismo. Hace un mes, McDonalds y mi compañía de luz pusieron fin al convenio de tener cajeros de recarga de luz en los establecimientos de la multinacional. ¡Qué casualidad! Me indica que tengo que cruzar la calle e ir a un sitio que está enfrente. ¿Pero qué sitio? No me entero. El chico, un cielo, me lleva hasta otro compañero y éste me acompaña a la puerta y en inglés me explica que tengo que cruzar y llegar hasta un cajero en el que podré recargar.

21.15. Contenta, me marcho en dirección al oasis prometido. Llego. Hay un hombre. Genial. “Aprovecharé para preguntarle si me puede ayudar”. Me quiere ayudar y me dice que no puedo hacer esa operación a través del cajero. Se va. Era un poco escueto. Desilusionada, me dirijo a un Starbucks que hay al lado porque me extraña que los dos chicos del McDonalds me hubiesen indicado mal. Entro. Dos postadolescentes, una chica y un chico, me atienden entre risas vergonzosas. Me hacen reír a mí también. Son muy lindos. Me dicen que vuelva a intentarlo en el cajero. Les digo que no sé cómo hacerlo y que si me acompaña alguno de los dos, pero no pueden dejar su puesto de trabajo. Normal. En su intento por ayudarme, me llevan hasta tres mujeres de entre 40 y 50 años que se encuentran en la terraza del establecimiento. Les pregunto que si pueden hablar inglés. Me dicen que un poco. Así que aprovecho la oportunidad y se lo explico en el lenguaje universal. Entienden inglés, pero casi no lo hablan. Se enteran de lo que les digo. Y una de ellas me lleva hasta el cajero. Habla chino muy rápido. No me entero de nada. Intuyo más que otra cosa. Me dice que si tengo una VISA puedo pagar y recargar. Me la había dejado en casa. Sólo tenía dinero en efectivo.

21.30. Le digo que no tengo VISA, pero sí efectivo. Comienza a llevar a cabo los pasos necesarios para recargar la tarjeta de electricidad, pero no es fácil. El cajero no acepta mi tarjeta de electricidad ni la suya del banco. Varios intentos. Un chico que llega entre tanto saca dinero. Tras su paso, introducimos nuestras tarjetas. Nada. El chico también colabora, pero nada. Otra de las mujeres se acerca al cajero.

22.25. Esta última llama por teléfono a alguien que puede hablar inglés y éste me explica que no puedo recargar la tarjeta de luz en el cajero, que tengo que buscar una oficina de mi compañía de electricidad en Internet, pero yo no tengo red porque se me ha ido la luz. Le paso con la mujer. No sé qué hablan, pero me lo pasa otra vez. Debe ser que entre ellas lo están solucionando mientras yo hablo con este buen hombre. Ahora me dice que si tengo VISA, puedo recargar. Le digo que no tengo y que si alguna de ellas me lo puede pagar con su tarjeta y yo se lo doy en efectivo. Se lo pregunta. Ellas aceptan. ¡Qué cielos! En este rato había llegado la tercera mujer, me imagino que cansada de esperar sola a sus amigas en la mesa donde estaban charlando tan tranquilamente.

22.00. La primera mujer hace la recarga, de 286 RMB (unos 30 euros). Mientras opera con el cajero, la tercera mujer me pregunta que de dónde soy. “Xibanya” (España). “Xibanya!!!!Eeeeey, ueeeeee”, vitorean haciendo el gesto de campeones por el Mundial. Yo, alucinada, les digo “ueeeeeeeeeeeeeee, jajajaja” y les doy las gracias. Increíble, jajaja. (Paréntesis -nunca mejor dicho- ¡¡¡¡somos Campeones del Mundo!!!!yuhuuuu, jajajaja). La recarga ya está hecha. Le doy 300 RMB y le digo que se quede con las vueltas. No las acepta y me devuelve el cambio.

22.15. Antes de despedirnos, la segunda mujer vuelve a llamar a alguien que habla inglés (luego me enteré de que era el marido de una de ellas) y me explica qué tengo que hacer con la tarjeta de electricidad cuando regrese a casa. Esta mujer también llama a la compañía de electricidad para comprobar que el pago se ha ejecutado con éxito. Mientras ésta hace las últimas gestiones, las otras dos me preguntan que cuánto tiempo llevo en China, que dónde y en qué trabajo y les doy una tarjeta personal del trabajo (que aquí es casi obligado tener este tipo de tarjetas, si ellas no eres nadie. Tan importante es que hasta la becaria tiene). La segunda mujer apunta mi número en el móvil que llevaba utilizando todo el rato, que en realidad era de la mujer que me pagó la recarga. Me dicen que si tengo alguna duda al regresar a casa, que telefonee a Zhoujie, que es así como se llama la primera mujer. Incluso para cualquier pregunta o problema durante mi estancia en Pekín.

22.30. Para despedirse me dan la bienvenida a China y yo, con diccionario en mano, les digo que son maravillosas y me contestan que no es para tanto. ¡Que no es para tanto! ¡Si han estado conmigo más de tres cuartos de hora! Increíble...maravillosas.

22.45. Llego a casa con una sonrisa dibujada en la cara, pero un poco apenada por haberme separado de estas tres santas. Abro el cuarto de la luz. Introduzco la tarjeta. La máquina indica que tengo 600 vatios. ¡Genial! Entro en casa. Doy a un interruptor de luz y...¡no hay luz!¡¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaahhhhhhh!!!¿Por qué? Ya me pasó ésto la primera y única vez que recargué la luz (allá por febrero -es que aquí la electricidad cunde muchísimo y es muy barata) y se solucionó, pero no sé cómo porque me tuve que marchar a trabajar y la señora de la limpieza se encargó de solucionarlo. Llamo a los de mantenimiento. No me entienden, ¡pero es que no me puedo expresar mejor! Bajo, hablo con el portero, le pido que llame a los de mantenimiento y me dice que no puede. ¡Cómo no vas a poder si otras veces tus compañeros lo han hecho! Deseaba que mis tres santas apareciesen de nuevo, que me las pudiese sacar del bolsillo. Entra un vecino. Le pregunto que si habla inglés. Ya estaba cansada de que me saliese humo de la cabeza intentando hilar tres frases seguidas en chino. Se lo explico. Llama a mantenimiento. Me acompaña a casa. Le enseño cuál es el problema y me da la solución. El piloto de la luz del contador estaba hacia abajo. Clic. ¡Hay luz!

23.00. Me quedo en el umbral de la puerta de casa hasta que el vecino toma el ascensor. Cierro la puerta. Ufffffff. ¡Al fin! Hogar, dulce hogar.

01.20. Termino de escribir esta aventura llena de personas encantadoras. Pienso ya en la cama. Tranquila porque la comida no se pondrá mala. Y contenta de que las cosas hayan salido bien, como siempre, por muy difícil que parezca en este país de locura. Porque en Pekín, en China, las cosas siempre se complican, lo que en Madrid tardaría en resolver en cinco minutos, aquí tardo una hora, principalmente por el idioma, pero al final las cosas funcionan. Con mucha paciencia, pero funcionan. Paciencia, de eso también estoy ganando en esta experiencia. Y gano momentos inolvidables, como el de hoy. Y gano personas que no volverán a pasar por mi vida, como mis tres santas, pero que quedan en mi recuerdo. Bueno, quién sabe. Ya tengo el teléfono de Zhoujie. Quizá algún día la llame o me llame. Ellas me han dicho que lo haga cuando quiera...

miércoles, 7 de julio de 2010

Fugaz (I). Xo (Primera parte)

“No parece que esté en China”


Urumqi, capital de Xinjiang, región autónoma de China en el noroeste del país. 5 de junio.


Rasgos, idioma, vestimenta, comida y credo diferentes. Uigures. Etnia. Minoría. Otra vida.






Los uigures llegaron a Xinjiang hace siglos hablando una lengua turca e inclinándose dirección a la Meca. Tras alternar siglos de independencia, invasiones y protectorados chinos, las tropas comunistas entraron en la región en 1949 después de quedar instaurada la actual República Popular China.

 

Desde entonces, Pekín lleva a cabo una política de repoblación que consiste en el envío de chinos pertenecientes a la etnia han -mayoritaria en el país, es decir, aquellos cuyos rasgos son los que nos vienen a la mente cuando nos hablan de China-. Si en 1957 lo uigures representaban un 94 por ciento de la población de Xinjiang, hoy son menos de la mitad de un censo de 20 millones.


Los uigures dicen sentirse discriminados con respecto a la situación de la que gozan los chinos, quienes ostentan los mejores empleos, los cargos políticos y la explotación de los numerosos recurso naturales de la región. En las últimas décadas un buen número de chinos han aumentado su prosperidad, mientras que los uigures viven en la pobreza y apartados del crecimiento económico de China. A día de hoy, el Gobierno chino mantiene una inversión especial para el desarrollo de la región, pero los uigures no sienten que esa ayuda les llegue.






Algunos movimientos independentistas de minorías étnicas de Xinjiang como la uigur, ya que en esta región los uigures y chinos también conviven con otras etnias asiáticas, reivindican la creación de un estado independiente llamado Turkestán Oriental en la actual Xinjiang. El Gobierno chino argumenta que estos movimientos son terroristas, mientras que grupos de derechos humanos y uigures en el exilio acusan al régimen comunista de usar la lucha contra estas organizaciones para aumentar la represión religiosa y cultural contra las minorías del noroeste chino.

Xinjiang, del tamaño de Europa Occidental, es irrenunciable para China por su riqueza en petróleo y sus recursos naturales.


Esta semana, exactamente el 5 de julio, se cumplió un año de la revuelta étnica entre uigures y chinos en Urumqi que causó la muerte de 197 personas, la gran mayoría de la etnia han, según fuentes oficiales. Dicha cifra convierte a este episodio en la peor matanza que ha vivido China desde la de Tiananmen, hace 21 años, cuando el Ejército mató a cientos o miles de estudiantes pro democráticos en Pekín.

Lo que comenzó siendo una marcha pacífica en la capital de Xinjiang de un grupo de estudiantes uigures para pedir justicia por el linchamiento días previos de dos hombres de su etnia a manos de chinos han en una fábrica del sur de China desembocó en un conflicto.

La revuelta también provocó 1.600 heridos y 1.400 detenidos, pero el Congreso Mundial Uigur, una asociación que agrupa a los exiliados uigures, defiende sus derechos y clama la independencia de la zona, eleva la cifra de fallecidos a 800, no en este caso de mayoría han. Además, diferentes investigaciones afirman que unos 4.000 uigures han sido detenidos desde el año pasado.

Urumqi despertó este lunes en tensión bajo la mirada del 'Ojo de águila', tal y como la prensa denominó a las más de 40.000 cámaras que controlan cada movimiento en la ciudad, y los millares de efectivos que circularon por las calles ese día. Todo con el objetivo, según las autoridades, de evitar que se repitiese la revuelta del año pasado.

Pekín ha condenado a 198 personas desde el estallido de la revuelta, de los cuales, nueve uigures han sido ejecutados y 26 esperan serlo. Amnistía Internacional (AI) denuncia que los juicios de estos condenados incumplen los estándares internacionales, por lo que pide una investigación independiente tras descubrir nuevos testigos que acusan al Ejército chino de haber disparado contra los uigures el pasado 5 de julio.

Foto del 5 de junio de 2009. Autoridades patrullan por el Mercado Nocturno de Urumqi

Tras un año en el que la región fue incomunicada por el Gobierno chino a través de Internet, llamadas internacionales y envío de SMS (ya restablecidos) porque consideraba que de esta manera se evitaba la propagación de nuevos disturbios entre etnias, el ambiente hostil continúa. Una barrera transparente divide a estos dos pueblos. Se ven, pero no se mezclan.


"Y por un momento olvidas que estás en China. Te obligas a recordarlo”