miércoles, 17 de marzo de 2010

Mariposas

Llegan sin avisar. Se adentran en tu estómago. Vuelan. Te hacen cosquillas. Y cuando te das cuenta de que han llegado, sonríes porque sabes que lo que traen es algo lindo.

Son ellas, las mariposas, emisarias de las mejores sensaciones.

A mi estómago llegaron ayer, cuando fui realmente consciente de que un sueño disfrutado tanto de noche como de día por fin se convertiría en realidad.

Las aladas me recuerdan a cada instante desde entonces, en una espera que se está haciendo eterna, que un segundo que pasa es uno menos para que él pise hoy suelo pekinés.

Una veintena de días con él, más de medio mes de Rober, 20 días para Rober y Eva.


Beijing, Yunnan y Shanghái nos esperan.




A la vuelta os contamos.

martes, 16 de marzo de 2010

Ni contigo, ni sin tí

Noviembre, diciembre, enero, febrero y marzo.

Casi cinco meses de frío, para mí sólo casi tres.

Frío, mucho.

Las temperaturas subieron un poco la última semana. Los cuatro grados me permitían caminar relajada, sin la necesidad de agarrotar los músculos, ver a más gente por la calle porque antes eran pocos los que salían de casa para evitar el frío y atreverme a pasear sin orejeras o sin guantes.

Así, parecía que la primavera de los chinos, que comenzó el 4 de febrero según su calendario, por fin había decidido relevar al crudo invierno, que se instaló en Beijing hace cinco meses, pero el domingo la nieve volvió a cubrir la ciudad.



Vista desde el salón de mi casa

¿Cuándo se va a marchar este frío?, nos preguntamos todos. Estamos deseando que se despida, que nos diga “hasta noviembre”, que deje paso a la cálida primavera.

El invierno al que estoy acostumbrada, el madrileño, nunca es tan feroz como el pekinés.

El madrileño nunca baja de los -3ºC (si es que desciende a esta temperatura), mientras que el pekinés marca los -10ºC e incluso los -15ºC.

El madrileño nunca hiela ríos, el pekinés sí.



Los niños madrileños nunca se plantean jugar sobre el hielo, como mucho patinar sobre él, los pekineses sí.


El lago del parque del Retiro o el de la Casa de Campo nunca se hiela, las decenas de lagos de los parques pekineses sí.

Parque Ritan




(Atención a la caída en segundo plano, ¡pobre!)

Un paseo en barca continúa siendo el entretenimiento de los lagos madrileños en invierno, mientras que un improvisado “trineo” y unos viejos patines se convierten en la diversión de los pekineses.


Lago Houhai

 
El modelo de "trineo", de lo más sofisticado
 

Para los peques


Véase los "palos" para darse impulso, plena seguridad


En Madrid, los gorros y las orejeras se llevan más por complemento que por necesidad, en Pekín es al revés. Y es que hace tanto frío que la gente se arropa por partida doble.
 


De verdad, invierno, ¿cuándo te vas a marchar? Ya tenemos ganas de ponernos un sólo par de calcetines, de no utilizar doble pantalón, de llevar tan sólo un jersey, de mostrar el rostro cuando caminamos por la calle, de lucir las orejas y así escuchar mejor todo lo que sucede a nuestro alrededor, de, en definitiva, descansar de tí.



En fin, para hoy tan sólo espero que dejes de soplar porque lo de que me detengas mientras camino con tus incesantes ráfagas de viento, wo bu xihuan “no me gusta”, nada nada.

P.D: A pesar de todo lo dicho, he de confesar que en el fondo me gusta este invierno porque temo que cuando se marche se lleve consigo el sol... y es que ya me han dicho muchas veces que conforme más suben las temperaturas, menos se ve el lorenzo... Si en un día soleado de invierno el sol se ve así en el atardecer pekinés:


...embrujado por la contaminación...

¿Qué será de él cuando la polución conquiste el cielo?

Invierno pekinés, ni contigo, ni sin tí.

lunes, 8 de marzo de 2010

Cuando menos te lo esperas

La luz de la mañana me despertó como cada día (tengo que hacerme ya con unas cortinas oscuras porque los chinos no utilizan persianas y una tela blanca transparente es lo que ahora cubre mis cristales).

El viernes me acosté sin estar segura de salir al día siguiente a perderme por Beijing, como hago cada fin de semana, porque tenía otros asuntos pendientes que solucionar en casa.

Cuando abrí los ojos y vi este cielo...

 
Pensé: “no puedo desaprovechar un día así, tan soleado, que esta semana han empezado a subir las temperaturas y al no hacer viento y frío la masa de polución se ha hecho con el cielo y casi ningún día lo he visto azul”.
 
Cerré la puerta. Iba bien abrigada. Afuera, cero grados. En el bolsillo izquierdo del abrigo llevaba la Lonely Planet y en el derecho una tarjeta de “Beijing by foot”, una cajita con cuarenta recorridos que hacer a pie para conocer de un punto cardinal a otro la ciudad. Mi compañía, la cámara, como siempre, y de comida, nada, ya improvisaría.
 
La tarjeta que había escogido para esa mañana se llama “Park Trio”. Su recorrido: visitar tres parques que se encuentran muy cerca entre sí y que desde una visión aérea forman un triángulo. Elegí esta tarjeta porque me apetecía ver el bullicio que, según me habían dicho, se levanta en los parques pekineses gracias a los ancianos que hacen ejercicio, pintan poemas chinos en el suelo, cantan o a los niños que corretean, juegan y lanzan cometas con su familia.

Después de tomar el metro (de este transporte público en Pekín ya hablaré otro día, pero ya adelanto que me encanta) y preguntar un par de veces (¡en chino!sí, estoy orgullosa;) cómo podía llegar al primer parque del recorrido, Qingnianhu, aterricé sin problema al lugar en cuestión.

Un yuan (diez céntimos de euro) tuve que pagar para entrar en Qingnianhu. Según mi tarjeta, tanto este parque como los otros dos fueron construidos por voluntarios durante 1958 en un momento de gran crecimiento de la ciudad y de cara a la celebración del décimo aniversario de la República Popular China.

En lugar de bullicio, quietud.

 
No había muchos abuelos.
 
 
La mujer que aparece en esta fotografía daba palmas mientras caminaba. Muchos lo hacen. Es un ejercicio, pero aún no entiendo qué se supone que estimulan con aplauso tras aplauso.

Las máquinas para hacer deporte también estaban casi vacías. Sólo dos atrevidos se ejercitaban, uno vestido para la ocasión y otra como si fuese a ir al cine, por ejemplo.



Y en cuanto a las familias con niños, vi muy pocas. Una de ellas era la siguiente, en la que todos parecían tener siete años.




Después de recorrer todo el parque, me fui al siguiente, Liuyin, con la esperanza de encontrar allí lo que había salido a buscar.

Un yuan más.

Si Qingnianhu era precioso por su gran lago, caminitos de piedras y árboles acogedores, Liuyin lo era aún más porque tenían más detalles que lo convertían en un parque museo, pero estaba igual de manso que el anterior.


Hacía frío, mucho.

Tenía hambre, pero no había nada alrededor donde comer.

Pensé en irme a casa, ya que imaginaba que el siguiente parque, Rendihghu, estaría igual de vacío. No conseguía descubrir cuál era la razón por la que Qingnianhu y Liuyin no me habían mostrado lo que espera hallar. Lo única respuesta que encontraba es que eran las 12:00, la hora de comer en China, más o menos, y que la gente estaría todavía en casa. El hecho de tener que pagar para entrar no me hizo pensar que era otra razón, ya que un yuan para mí no es nada, pero claro, para algunos chinos es mucho.

La idea de regresar a casa se evaporó porque algo me hacía no desistir, así que con la esperanza de ver en el tercer parque lo que había imaginado, eché a andar en dirección de Rendihghu, pero me desorienté y tuve que preguntarle a una señora que iba caminando a toda velocidad, ésta sí que estaba haciendo ejercicio, cómo salir del recinto. Le pregunté, me contestó, casi no entendí nada, me fijé en sus gestos, parecía que era capaz de intuir algo, ella continuaba hablando, se callaba y me miraba y yo le decía “wo bu zhi dao” ('no sé'). Me cogió del brazo, cual madre, me llevó hasta la salida y me indicó la dirección. Ya lo entendí todo. Nos sonreímos. “Xièxie, zàijiàn” ('Gracias, adiós'). “Bye bye”, me dijo ella, lo que me mostró una vez más que los chinos, aunque les hables en mandarín, siempre tratan de decirte algo en inglés, como para hacer ver que saben decir algo en ese idioma, no sé.

Veinte minutos después llegué a Rendihghu. Entré, no había que pagar. Y se me iluminó la cara.

Gente, mucha gente, (quizá, la respuesta a mi pregunta sobre el vacío en los parques era la cuestión económica).

Abuelos ejercitándose, hablando en corrillo, divirtiéndose con juegos de mesa, escribiendo con agua poemas chinos en el suelo, niños jugando y gente echando cometas al cielo.


 
Cuando este hombre me preguntó que de dónde soy y le respondí que de España, le faltó tiempo para decirme: “Gongniu” ('Toro', que es lo que siempre dicen cuando saben que eres de este país) y a continuación, sin yo pedírselo, me lo escribió.
 

Y España se escribe así



Tras un rato divertido en el que estuve rodeada de chinos curiosos que querían saber qué se traía entre manos la extranjera con el señor que escribía poemas, seguí mi paseo.

Aceleré el paso cuando vi que en este parque sí estaban jugando con cometas. Estaba ansiosa por verlo de cerca. En China es algo muy tradicional.






Impresionante.

Mientras tomaba fotos, recibí una llamada de un número desconocido. Una mujer china comenzó a hablarme. No entendía nada. Pensé que se había equivocado, así que le dije: “Wo shì xibanyaren, wo bu zhi dao”, ('Soy española, no entiendo'), pero ella continuaba hablando, como si tuviese claro que no estaba equivocada y que realmente quería hablar conmigo. “English?” ('¿inglés?'), le pregunté. Nada, ella seguía con su discurso (¡no paraba de hablar!). “Zàijiàn”, le dije. No quería mantener la conversación porque no me enteraba de nada. Y ella continuaba. Desesperada, miré a mi alrededor y vi a un chico chino, me acerqué y le dije: “do you speak english?” ('¿hablas inglés?'), “hmmm (apurado) a little bit...” ('un poco'). Rápidamente le expliqué en inglés qué estaba pasando y le pedí por favor que hablase con la mujer y que averiguase qué quería. El chico aceptó sin problema. Cuando terminó de hablar me intentó explicar en chino qué pasaba, yo no entendí nada. Por suerte, llevaba conmigo el diccionario español-chino/chino-español, así que se lo di y él buscaba las palabras en chino y me las mostraba para que yo leyese su significado en español. Su 'a little bit' inglés no era suficiente para decirme que la que me había llamado era mi casera para decirme que estaba en la puerta de mi casa para ponerle una luz al frigorífico que Rita y yo le habíamos pedido.

Malentendido. A veces, nuestros caseros piensan que Rita y yo tenemos todo el tiempo del mundo para ellos, por lo que llegan treinta minutos más tarde de la hora acordada o si les pedimos que nos arreglen algo el sábado y quedamos con ellos en que nos llamarán para decirnos cuándo van a venir, finalmente aparecen sin avisar y no nos encuentran en casa.

En fin.

Cuando se solucionó esta cuestión todo mi cuerpo estaba temblando. Tenía mucho frío. Y, además, tenía hambre, más que antes. Necesitaba un restaurante. Le pregunté al chico dónde había uno. Me lo intentó explicar en chino-inglés, sin éxito. Finalmente me dijo que me acompañaba. Me preguntó (otra vez en chino-inglés y con la ayuda del diccionario) que si quería ir a un restaurante occidental y le dije que me daba igual, tenía frío y hambre, me daba igual. Llegamos a un chino, pero sólo tenían un tipo de plato que a mí no me gusta, los baozi (una especie de bollo al vapor con carne o verdura dentro). Me llevó a otro, pero antes le pregunté en chino (gracias al diccionario) si le estaba molestando porque de hacerlo, le hubiese dicho que se podía marchar. Él me dijo: “no matter” ('no importa'). Entramos en un Xinjianés (un chino con comida de la provincia de Xinjiang, noroeste del país) y pedí un plato de mian tiao (algo así como tallarines) y un tipo de pan que sirven en estos restaurantes que me encanta. Todo por ocho yuanes (ochenta céntimos de euro). Él no quiso tomar nada.

La comida transcurrió entre tres, él, el diccionario y yo. Nos contamos dónde trabajábamos, dónde vivíamos, nuestra edad (él tiene 27)...pero a duras penas. Lo del idioma es una lástima...¡bendito botón!

Al término del almuerzo, Guang Zong, así se llama, me acompañó hasta el metro porque yo ya quería regresar a casa. De camino al subterráneo me dijo que me escribiría (habíamos intercambiado los correos electrónicos) y lo hizo. Me envió un e-mail en el que me contaba que yo era la primera persona extranjera con la que había compartido un rato como el del restaurante. Y tras explicarme eso, me hacía varias preguntas, todas ellas acerca de mi impresión sobre Beijing y sobre mi trabajo. Aún tengo que contestarle.

Nos dimos la mano. “Zàijiàn, xièxie”, le dije, “Bye bye”.

Es curioso. Cuando menos te lo esperas el día puede dar un giro de 180º. Lo que pensaba que estaba siendo una mañana infructuosa en lo que se refiere a mi objetivo, se tornó en un día que no voy a olvidar nunca porque rasqué y rasqué y encontré otro tesoro de Pekín y sin habérmelo planteado volví a conectar con el otro lado, con el de los observadores de los observadores, con los que reciben al extranjero y tienen que aguantar sus incesantes clic-clic y su curiosidad, con los que también quieren conectar con nuestro lado.