Al poco de decidir que me iría a Beijing me eché las manos a la cabeza. Me di cuenta de que me marchaba a China, un país del que no sabía nada. Nunca me había interesado. En realidad, Asia era un continente desconocido para mí. Me entró el pánico. Fueron buenas razones las que me empujaron a escoger esta ciudad, pero parece que luego se esfumaron y el miedo se adpoderó de mí. “¿Qué voy a hacer en una ciudad en la que no me podré comunicar porque no sé chino?”, era uno de los muchos pensamientos simplones que me atormentaban, por no hablar de mis preocupaciones con la contaminación o la comida, entre otros. Y ahora, después de haber pasado más de once meses en esta ciudad de locura, estoy segura de que la voy a echar de menos, a ella y al país, y a Asia, porque me han conquistado.
Cuánta razón tienen estos chicos cuando dicen aquello de: “dejarse llevar suena demasiado bien. Jugar al azar y nunca saber donde puedes terminar… o empezar” (Copenhague, Vetusta Morla).
Lo mío con Beijing se podría decir que fue un juego de azar. Arriesgué sin saber cuál iba a ser el resultado y me tocó el premio, cuando podría haberme ido con los bolsillos vacíos. Después de que mi sueño de vivir un año en Buenos Aires, Santiago de Chile o Montevideo se desmoronase, decidí aterrizar en la otra punta del mundo, incluso tras sopesar también La Paz. Y me alegro infinito. Latinoamérica sigue siendo uno de mis objetivos, ojalá algún día pueda contaros aventuras desde allá a través de otra bitácora, pero si me hubiese ido allí, no habría descubierto Beijing, China y Asia, seguirían siendo unos desconocidos para mí, y no se lo merecen.
Ha sido un año maravilloso. Beijing me ha regalado el poder aprender más sobre la vida, ahora soy un poquito más madura y todo, sobre el mundo, analizarlo y razonarlo desde otro punto de vista, sobre periodismo, gracias sobre todo a mis compañeros de la agencia y de los de fuera, y sobre el calor humano, sentir a mi lado a los que estaban a casi diez mil kilómetros de distancia y sentir también que los que sí han estado en realidad junto a mí, las maravillosas personas que me ha dado esta ciudad, se convirtieron en mi familia.
Voy de camino a mi querido Madrid y siento como si fuese a despertar de un sueño, dulce, pero efímero. Parece ayer cuando llegué a Beijing y de eso ya hace 346 días. Se me ha pasado tan rápido que parece que no haya sido cierto, como eso, un sueño.
Y todavía no me he despertado y ya te echo de menos, os echo de menos, y a los que estáis en España me muero de ganas por comeros a besos…qué raro todo…y todo es Efecto Beijing.
Zàijiàn…
Eva.
(23 de diciembre. Aeropuerto de Frankfurt)