Los de aquí que no son de aquí lo llaman “pekinazo”. Bueno, exactamente lo llaman “Día Pekinazo”. Un día pekinazo, según me explicaron, es el día en el que deseas con todas tus fuerzas dar un chasquido de dedos y aparecer en tu lugar de origen. Un día pekinazo es el día en el que Pekín se vuelve del revés, bueno, no se vuelve porque para los extranjeros siempre está todo al revés porque te pasas más tiempo intentando comprender la (a)normalidad de esta ciudad y su gente, sino que su revés se duplica. Un día pekinazo es el día en el que todo lo que pasa aquí te sienta mal. Un día pekinazo es el día en el que no empatizas y ni tan siquiera lo intentas. Un día pekinazo es el día en el que piensas: “¡Qué narices hago aquí!”.
Hasta hoy, yo nunca había tenido un día pekinazo. No sé si es porque mi batería de energía ha estado a tope hasta ahora y gracias a eso he conseguido escapar de las garras del día pekinazo o porque hasta ahora todo me ha ido muy bien y, como digo siempre, no me puedo quejar. Digo hasta hoy, porque, sí, hoy ha sido el día, mi día pekinazo. En realidad no ha sido un día pekinazo, sino un momento pekinazo, pero ha sido tan intenso que me ha bastado para todo el mes.
El tiempo de hoy acompañaba a mi momento pekinazo. Calor, pero lluvia. Cielo gris. Mañana en casa. Hoy tocaba turno de tarde. En el portal me doy cuenta de que no voy vestida de forma adecuada con el día que hace. Manoletinas, falda, piernas sin medias, camiseta de tirantes y una chaquetilla. Pongo los pies en la acera. Llueve. Abro paraguas. Pienso: “me debería haber puesto pantalones, a quién se le ocurre ponerse falda hoy”. Ya no había tiempo de cambiarse. Llegaba tarde. Con paso decidido comienzo a caminar. Hoy no cojo la bici. Todavía no tengo tanto estilo como los chinos que son capaces de dirigir la bici con una mano y sostener en la otra un paraguas para protegerse de la lluvia. A cada paso me salpico los gemelos. Mejor no pensarlo.
Salgo de la redacción. Tomo un taxi. Llego a tiempo a la rueda de prensa. Corto. 18.30. Genial. Me dispongo a tomar otro taxi. Si para llegar hasta el hotel donde era el acto había un tráfico odioso, en ese momento era peor. De nuevo, paraguas abierto en mano. Me pongo en la esquina de un gran cruce (dos carriles por cada sentido). Antes de tomar posición, me dirijo como una flecha a un taxi cuyo conductor, sin saber a dónde iba, me dice que no me coge. - Aclaración, aquí los taxistas se agobian enseguida y no te llevan si no saben la dirección, si tu destino les parece muy lejos, si llueve o, incluso, por ser extranjero, no porque sean racistas, sino porque temen no entenderte - Por alguna de estas razones, este primer taxista no me quiso llevar. Acostumbrada, no le di importancia. Tomo posición. Tres minutos y no he conseguido aún coger un taxi – Aclaración 2, en Beijing hay taxis hasta en el lugar más remoto y cuando te dispones a tomar uno casi nunca tardas más de cinco minutos - Cinco minutos, me empiezo a cabrear. Sigue lloviendo. Mi ubicación es suelo con una capa de barro. Las manoletinas, negras, comienzan a teñirse de marrón. No consigo tomar un taxi porque o no me quieren coger como el primer taxista o van ocupados. Odio esperar. Así que decido comenzar a caminar en dirección a la oficina e intentar tomar un taxi que pase por mi lado. - Aclaración 3, he de decir que no sabía ni dónde estaba, así que para ponerme a caminar en dirección a la redacción, hice algo parecido a Hansel&Gretel, deshacer el camino andado con el taxi que me llevó hasta el hotel - Pasan taxis por mi lado. Nada. Dos taxistas se paran y cuando les digo dónde voy, me fruncen el ceño y me dicen que no. “¿Por quéeeeeeeeeeeee?”, imploro. No funciona. Ya había visto pasar por mi lado como una decena de taxis. Sigo caminando por el arcén (si voy por la acera me sería imposible parar a un taxi porque el carril bici está entremedias de la carretera y la acera). El barro alcanza la piel de mis pies.
Ya han pasado quince minutos desde que salí del hotel. Veo un taxi libre en el sentido contrario. Me lanzo cual leona por su presa. Cruzo los cuatro carriles. Me monto. Le digo a dónde voy y tras repetirme la misma explicación siete veces logro entender que me dice que no, que no me lleva porque a las siete se va a dormir. Eran las 18.50. “¿Entonces para qué narices me dices que me monte?. ¡¡¡¡Aahhhhhhhhhhhhhhh!!!!”. Me salgo. Cruzo de nuevo los cuatro carriles. Sigo caminando por el arcén. Veo otro taxi libre, éste sí iba en mi sentido, y le digo que si me lleva y sin decirle aún dónde iba me dice que no me lleva. Le digo: “¡¡¡por favor!!!”, pero no funciona. Sigo caminando. Cinco minutos después veo a este mismo taxi con un pasajero, chino. Se para por un semáforo. Me paro yo también. Me quedo mirándole y me doy cuenta de que mi sentido de la educación está luchando contra mis impulsos nerviosos que me invitan a que por mi boca salga un “Shifu!(taxista)” para llamar la atención de éste mientras el brazo que queda libre de sostener el paraguas se quiere levantar y el dedo corazón de la mano de ese brazo se quiere imponer y erguir frente al resto de dedos encogidos para dejarle bien claro a este señor el peso de mi disgusto. Mi sentido de la educación vence y me siento orgullosa de ello, pero por otro lado me siento tan mal por la situación que me pregunto que por qué estoy aquí si todo es más complicado que allá y me martirizo pensando que me gustaría dar un chasquido de dedos y aparecer en el salón de mi casa sentada en el sofá junto a mi mami mientras vemos la tele con el sonido de una lluvia de verano de fondo y el olor a un Madrid húmedo. El pekinazo me llegó, sin duda. ¡Hasta quería llorar de la desesperación!, pero no había lugar para las lágrimas, tenía que encontrar la forma de llegar a la redacción.
Sigo caminando. Siento que jamás tomaré un taxi. Grito a los coches que no me respetan en los cruces que están en verde para mí y a los que me pitan con razón porque voy por el arcén. Quiero hablar con alguien, pero sé que si lo hago, la situación me habrá superado por completo. Tuerzo la calle. Sigo caminando. Más taxis. Esta vez todos ocupados. Ni tan siquiera tengo la posibilidad de intentar pararlos. Me doy cuenta de que tengo la guía en el bolso. “¿Casualidad o destino?” No sé por qué la llevaba. Ya casi nunca la llevo si no voy a dar un gran paseo o a descubrir lugares nuevos. La saco. “¡¡¡Cómo puedo estar mirando la guía como si estuviese de turismo si estoy trabajando!!!”, pienso desconsolada. Le pregunto a una chavala por la parada de metro más cercana. Se pone nerviosa. Me dice que no sabe. Le enseño el mapa de la guía y le pregunto qué dirección tengo que tomar. Me vuelve a decir que no sabe. “¡¡¡¡Cómo no vas a saber si tu colegio está por aquí (iba uniformada y con mochila y alguien la estaba esperando en un coche)!!!”, pienso. No te preocupes, le digo. A lo lejos, por un sitio por el que había pasado tres minutos antes veo pararse un taxi que coge a otros pasajeros de inmediato. “¿¿¿¿Por quéeeeeeeeeeeeee????¡¡¡qué mala suerte tengo!!!”
Y de repente, aparece un ángel. Iba en una motocicleta cubierta por un estructura de chapa en forma de cubo. Me pregunta que si me lleva. La estructura está dividida en dos. En la parte delantera va el conductor, mi ángel, y en la trasera el pasajero. Una especie de mototaxi con la que no se puede ir a más de 30 kilómetros la hora. Le pregunto que cuánto me va a cobrar y me dice que 20 yuanes. Acepto. Nunca antes había montado. No me hacen mucha gracia, entre diferentes razones porque no son nada seguros, pero ya eran las 19.10 y tenía que llegar a la redacción cuanto antes.
Las ventanas traseras tenían unas cortinas que eran el último grito en el paraíso de la horterada, pero me parecen tan cuquis, que me roban una sonrisa. El mototaxista es de lo más majo. Hasta me pregunta que si quiero, puede cerrar las ventanas de su departamento para que no me molesten. Vuelvo a sonreír. El mototaxista me dice que su medio de transporte es mucho mejor porque así se evita el atasco – Aclaración 4, le entiendo gracias a que comprendo algunas palabras y al lenguaje no verbal que es un éxito asegurado - Es cierto, si hubiese tomado un taxi habría tardado el triple que con mi ángel. Según nos vamos acercando a mi destino, me dice que le tengo que dar 30 yuanes y le digo que no, que él me había dicho 20. Lo deja. A una calle para llegar, me vuelve a decir que 30 y le digo, que no, que no, que 20. La conversación fue así: “20”, “no”, “20”, “no”, y así cuatro veces más. Yo ya me sé el truco para estas ocasiones. Saco antes del monedero el dinero justo que me piden para que no vean que tengo más, que si ven que tengo más billetes, estoy perdida. Le saco un billete de 20 y me pone un gesto lastimoso como de “venga, dame 30...” y yo le digo que no, que no tengo. Y como un niño pequeño, se pone a fingir que llora. Por un momento, inocente de mí como siempre, me llego a creer sus sollozos. Le sigo repitiendo que no, que no tengo (¡es que no me podía vacilar diciéndome primero que 20 y luego que 30, que estos chinos son muy chantajistas”) y de repente, se gira, me abre el pestillo de la puerta que yo llevaba unos segundos intentando abrir, me mira, me sonríe y me dice “zàijiàn!” (¡adiós!) y se echa a reír y yo también. El momento pekinazo se me pasa y gracias a mi ángel pienso que esta ciudad me había vuelto a enamorar un poquito más. Eran las 19.30. Toca trabajar.
ánimo!!!!!!!!!!
ResponderEliminarHacia bastante que no pasaba por aquí, pero es que el tiempo no es mi mejor amigo ultimamente... si todo va bien, la oposición de profe saldrá en menos de un mes... asi que imaginate como ando (riete tú de las prácticas de Consuelo...)
Pero vamos a reirnos de todo. en españa son ahora mismo las 22.20 de la noche del jueves y cuando he visto tu post y veo viernes 28 me he dicho: oh DIos mío en que día estamos... (ultimamente pierdo la noción del tiempo, el currar los findes es lo que tiene...) y ya me he acordado que no, que aún es jueves y es que para ti ya es viernes ;)
Ánimo chica guapa, que tu puedes, que los días así tenían que venir, pero no olvides que siempre aparecen ángeles que nos sacan de nuestro mini pozo...
Un abrazo enorme...
Cris-uni
Jajaja...más que un pekinazo lo que has tenido es un día de no levantarte de la cama!!! eso sí, en chino mola decir Weeei sheeenmeeeeeeeeee????? y poner cara de pena...pero ni así te sirvió :-P sigue escribiendo cosas de estas que están entretenidas!!un beso!!
ResponderEliminarmi niña...qué día tan malo!!! pero lo importante es el buen final, el final que hay que buscar con todas las fuerzas, y así lo hiciste tu, y encontraste tu recompensa..tu angelito (aunque un poco aunque morrocotudo era eh??)
ResponderEliminaryo ya de vuelta...llegué hoy..y ahora ya más relajada voy a empezar a pensar en nuestro Gran Verano...esta semana hablamos por mail, ok?
Te quiero pequeña...cuando tengas un mal día acuerdate de todo los que te queremos, porque aunque estemos lejos, te ayudaremos a entontrar un buen final ;-)
ainsss pequeña, me he agobiado yo de leerte, decía "pero no parara un taxi por fin y la llevará al curro sin cobrarla ni nada?" pues si, al final apareció algo parecido.
ResponderEliminarEs una suerte que todavía no te hubiese pasado nada de eso. Y ójala tarde mucho tiempo en repetirse, y si te pasa...escribe, que siempre es una buena vía de escape y de desahogo.
(ya te toy echando de menos por las noches, jaja)
He tardado en leerte, pero ha merecido la pena. Como siempre, me siento orgullosa de que hayas sido capaz de superar este tropiezo con tanta gracia. Espero que el próximo pekinazo tarde en llegar!
ResponderEliminarBesos!
vaya....a mi me ha hecho gracia imaginarte bajo la lluvia con tus manoletinas teñidas de marron. la proxima vez ponte unos vaqueros que son muy practicos!
ResponderEliminarMadre mía Eva!!!vaya día!!!ni pekinazo ni na!!!
ResponderEliminarBueno menos mal que te cruzaste con ese chinillo tan salao que te arrancó alguna sonrisilla!!!tú puedes Eva, día a día la vida es más fácil!!!
Un besazo guapa!!!
Madre mía cuanto tiempo llevaba sin leerme el blog..vaya "jartá"a leer..pero tal y como escribes me encanta!!!