Abrimos la oficina.
Qinghai, una provincia occidental de China, había temblado.
7,1 grados de magnitud sobre la escala abierta de Richter, según las fuentes chinas.
Comenzamos a trabajar.
Llueven datos.
Primer muerto.
Sepultados, se desconoce la cifra.
Enviamos la noticia.
Ascienden a cinco los fallecidos, pero esperamos a publicarlo por si el número sube en poco tiempo.
Ascienden a cinco los fallecidos, pero esperamos a publicarlo por si el número sube en poco tiempo.
Parón.
Seguimos buscando más detalles sobre cómo se encuentra la zona.
Cuando estamos a punto de mandar los cinco muertos, la cifra aumenta hasta 67.
Actualizamos.
Continúa la lluvia de datos sobre la situación.
Y, por fin, siento que se me empañan los ojos.
Sí, por fin, digo por fin.
Porque en ese momento he sentido que sentía.
Cada día las cifras que nos llegan de los medios de comunicación nos ahogan.
Y a los informadores nos asfixian por partida triple: cuando las recibimos de las fuentes, las enviamos y las recibimos de otros medios.
Sé que tengo que diferenciar entre los sentimientos y mi trabajo porque si me dejo llevar por ellos no voy a poder desempeñar bien mi labor, pero también tengo miedo a tan sólo vomitar.
A vomitar datos cuyo destino sea las cloacas de mi cerebro, en las que descansa todo aquello que no es importante o he querido olvidar.
Estas 400 personas muertas, porque al menos ya son 400, y las más de 10.000 heridas se merecen latir bien vivas en mi mente, en la de todos, como las fallecidas en los terremotos de Haití o de Chile o las tantas que dijeron adiós en otras catástrofes naturales, en atentados, en guerras, en accidentes, al ser víctimas de injusticias como la pobreza, los maltratos, las violaciones, los abusos y en un desagradable etcétera.
Cerremos los ojos y pensemos en la cifra 400 y digamos despacio cua-tro-cien-tos e imaginemos el horror que se está viviendo en Qinghai y así, quizá, seamos más conscientes de lo que está sucediendo y, por qué no, nos emocionemos, que para eso somos humanos, no máquinas registradoras por las que entran y salen cifras cada día sin que nos afecten.
Y así, siempre.
Haciendo eso no voy a ayudar a ninguna víctima, pero, no sé, creo que se lo debo para que no caigan en el olvido y porque lo que no está bien es que las noticias con muertes y heridos, aunque tan sólo sea la de una sola persona, me resbalen.
No.
Eva, sabes que es parte de esa labor del periodista de informar, el objetivo de ayudar a otros ofrenciendo la información que conoces a veces es muy dolorosa, sobre todo porque los datos de manejas de primera mano y tienes el deber de contar todo, de verlo, de vivirlo, de preguntar y seguir preguntando.... sabemos que es esa es una parte de la profesión, tan dolorosa...
ResponderEliminarMucho ánimo periodista no cesen en tu sueño de ser una PERIODISTA!
ResponderEliminarGrande, muy grande Eva, sigue así (y dejámelo bonito que va cogiendo forma lo de que sea el próximo en aterrizar allí).
ResponderEliminarpues yo me he emocianado, y desde la primera letra que has escrito....aunque ya lo hice cuando el otro día, aquí en Bali, me enteré que había habido un terromoto en China, ¿dónde? pregunté, ¿cerca de Beijing?, no, me dijeron, y entonces pude respirar...pero luego, aunque sólo por unos segundos, pensé en el dolor de los otros, y entonces me entristecí..
ResponderEliminarMantén siempre ese espíritu hermanita, porque entonces no sólo contarás noticias, si no que llegarás a los sentimientos de los demás..
Te mando muchos tequieritos desde Bali,
María